Sobre la vida y la muerte

 

El tema de la muerte, o más bien, qué puede haber tras la muerte, me ha llevado por numerosos caminos. Yo no entiendo, mi mente o mi corazón, no entiende, el final de la vida, al igual que, paradójicamente, no abarca el concepto de infinitud. La verdad, no puedo evitar sentir una especie de agorafobia cuando me pongo a pensar en el lugar que ocupamos universalmente, en un diminuto planeta llamado Tierra.  Suelo imaginarla ahí, colgada. Eso lo tengo claro, lo que quizá no tanto, es el hecho de que, una vez fuera de ella, no exista principio ni fin, derecho ni revés, en ninguna dirección. Por muy lejos que pueda estar, tengo que pintar un negro suelo o un techo al final del enorme camino. Debo comparar los conceptos de infinito y finito para explicar cómo es la idea de morir sin acabar nunca la vida, cuando estamos dentro de un cuerpo que es lo único infinito que puede concebir, la vida eterna. Si tenemos una idea de continuidad tras la muerte, en principio no parece nada malo, es cuando realmente desarrollamos el proceso de la idea lo que lo complica.

Hace algunos, ya bastantes años, tuve la brillante idea de quitarme la vida, es evidente que no salió bien. Claro, que mi idea no era acabar con todo y hala, era cambiar a una vida mejor, echando unas cuantas broncas en el camino evolutivo a seres espirituales. Lo que es lo mismo, quería dar cuatro voces en la otra vida, a ver si servía de algo más que en ésta. Aclaro, en ninguna de las dos sirvió. En ese delicado momento, lo que más me fastidió fue “saber” que la muerte no acababa con nada, y hubiese dado mi brazo derecho porque no fuese así. Por mucho que digan psiquiatras y psicólogos sobre el momento alucinatorio del túnel, que si es cosa del cerebro, que si es obra de tal o cuál función del sistema nervioso…Digo que no. Tampoco se puede comparar a nada que se haya escrito, por muchos relatos que haya leído sobre experiencias cercanas a la muerte. No es que no lo digan es, simplemente, que no se acercan con las palabras que tenemos, a transmitir realmente la experiencia. Porque ¿cómo puedes explicar, que tras la muerte, sigues siendo tú?- Mira qué simple parece, pero no lo es-. ¿Que has estado en sitios muy alejados unos de otros, con sólo pensarlo? Y no hablo sólo de distancias físicas, si no también temporales. O que, simplemente, era difícil ser, porque hay que acostumbrarse a no tener cuerpo, no al menos el que conocemos. Y lo mejor, la inexistencia del tiempo. Puedes estar mil días en el otro lado y sólo haber transcurrido unos minutos en este, tal vez, segundos.

Buscando respuestas me interesé por las religiones, pero claro, los grandes filtros tras los que miraban los que escribían la Historia, normalmente, consiguiendo complacer al gobernante de turno, nos han dejado libros iniciáticos bastante cojos. No voy a hacer una comparativa entre libros sagrados, ni mucho menos, sólo digo, que la mejor parte está omitida: prepara la vida para después, para el después real.

Dalai Lama, en el prólogo de la obra “El libro tibetano de la vida y la muerte”, hace referencia no tanto a la importancia de la muerte como a la forma de morir. Dice que lo más significativo es tener una actitud positiva y una aceptación del hecho, ya que de la forma que mueras despertarás en la siguiente vida. También hace referencia a que no es lógico que si tienes una vida de odio y de maldades, mueras tranquilo. Afortunadamente, la muerte no hace distinciones entre buenos y malos, y no tiene que esperar a que nos reconvirtamos en bellas personas antes del óbito. Si fuera así, los hay que no hubiesen muerto todavía, como Torquemada, por citar algún “santo”.

Es posible que puedas pensar, ¿de qué sirve pensar en la muerte? Sobre todo hoy en día que se tira a un lado todo aquello que pueda oler a vejez y arrugas. Pues bien, ese miedo que tiene el ser humano a terminar con su vida le condena a no ver lo lógico. Mientras el mundo se afana por desterrar la muerte de su entorno, las empresas y clínicas se frotan las manos ofreciendo toda una gama de retoques y tratamientos para el cuerpo. La sociedad empresarial se sube al carro y ofrece puestos de trabajo a personas “siempre jóvenes”, tirando al desguace los orígenes sin tener en cuenta para lo que somos válidos.

No seremos siempre jóvenes y debemos preguntarnos, qué será de nosotros, en la Tierra, cuando no podamos tenernos en pié, cuando la cirugía nos deje estirados por fuera y sin músculos por dentro. Y también de dónde viene, quién implanta, este interés en que los hombres dejen de ser hombre y las mujeres, mujeres, para pasar a una sociedad andrógina, en la que ya no distingues ni los calcetines pero profundamente crítica con su apariencia externa. Promovida, en gran parte, por modistos que odian las formas, unas formas que nunca podrán tener.

M.M.